Sé que puede resultar difícil de creer tras seis secuelas, pero esta octava película es la única que realmente me ha encantado. Técnicamente hablando no es una secuela, sino un remake de la primera película, pero es mucho mejor que aquella, ya que mientras la otra acababa alejándose del relato (sobretodo al final, puaj), esta es una adaptación totalmente fiel. Mismas escenas, mismos diálogos geniales, la mujer tan insoportable e histérica como en el relato, y sí, mismo final. Yo soy de esos que quieren que las adaptaciones sean 100% fieles a las obras en que se basan, y mientras la veía me sentía como si estuviera leyendo de nuevo el relato. Aunque no sé de qué me extraño, cuando le propio King estuvo involucrado en el guión. Seguramente, al igual que muchos de nosotros, le tocó bastante la moral que hicieran tantas secuelas infumables a partir de su relato, así que esta vez quiso asegurarse de que se hiciera como s debía.
El relato es de unas 30 páginas y eso no da para una película de hora y media, así que King metió algunas escenas extra, como la del niño Isaac soltándoles el sermón a sus acólitos (a diferencia de las otras películas, que daba risa, aquí casi llego a creerme las monsergas que salen por esa boquita infantil, y poco me faltó para soltar un “¡Alabado Sea!”), el ritual de fertilización (o sea, un chico y una chica copulando para que ella se quede embarazada, con todos los niños mirando) y las alucinaciones sobre la guerra de Vietnam que tiene el protagonista mientras huye de los niños por el campo de maíz (estas últimas me parece que sobraban, la verdad).
Bueno, después de esta última película ya puedo dar carpetazo a esta horrenda saga, aunque me falta una más, pero casi que paso, y ya puedo respirar tranquilo y dedicarme a ver películas que realmente valgan la pena. ¡Por fin!
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