Si hasta ahora creía que la quinta película era el truño más infumable de toda la saga, tras ver la séptima entrega ha quedado relegada al segundo puesto, porque decir que esta secuela es mala es quedarse corto. Mientras la veía no pude evitar pensar en aquellas horribles secuelas de Hellraiser (la 5 y la 6, por ejemplo), donde toda la película era una paranoia que el protagonista se montaba en la cabeza. No es que ocurra lo mismo aquí, pero la historia tiene la misma falta de sentido que aquellas.
Una mujer llamada Jaime va a visitar a su abuela, de la que hace tiempo que no sabe nada, al destartalado edificio de apartamentos en el que vive, pero no la encuentra, y dándola por desaparecida pone una denuncia en la Policía. A la espera de que aparezca, Jaime se queda en el apartamento de su abuela y trata de averiguar en qué andaba metida últimamente. Con ayuda de un policía descubre que su abuela fue la única superviviente de una secta de fanáticos religiosos formada por niños que se inmoló cuando sus padres fueron a buscarlos (prueba de que está película nada tiene que ver con el relato de King). En el edificio también viven dos niños (niño y niña) bastante tétricos, que no hablan nada y cada vez que se encuentran con Jaime se la quedan mirando como si fuesen dos zombis, y a veces se ponen a reír de forma siniestra (bastante ridícula, por cierto). Estos niños empiezan a matar a los inquilinos del edificio, hasta que solo queda Jaime. La parte de atrás del edificio da a una pequeña plantación de maíz, y es ahí donde esconden los cuerpos.
Bueno, esto es todo lo que ocurre en la película a grandes rasgos y poco más hay que decir, salvo que el final está hecho a toda prisa y no tiene sentido ni lógica alguna. Solo una más, un remake de la película original, par dar carpetazo a esta saga tan deplorable. Bueno, queda otra, una precuela titulada “Genesis”, pero es difícil de conseguir y vista la trayectoria de la saga, no pienso molestarme en buscarla.
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