Me encantan las
películas de terror, sobretodo esas cutres de serie B que de lo
malas que son te hacen reír. Pero tras ver de nuevo esta película
muchos años después, me parece increíble que llegara a verla en el
cine (también me parece increíble que llegaran a poner semejante
bizarrada en la pantalla grande) porque mira que es mala.
Un meteorito se
estrella en pleno desierto de Nuevo México y de él sale una especie
de, no sé, de canica voladora que aterriza en el plato de sopa que
se está comiendo la protagonista (Melinda Clarke, la que hacía de
madre pija en la serie aquella de O. C. ; hay que ver qué pelis
malas empezó haciendo, ahora recuerdo que también hizo una de
zombies tipo Romeo y Julieta).
La tía se lo come y
enseguida empieza a transformarse. El pelo se le vuelve negro, le
salen garras, su piel se convierte en una especie de traje de látex
negro y cómo no, le crece la lengua unos dos metros, la cual tiene
vida propia y la obliga a darle de comer (es decir, que le consiga
tíos para besarlos y atravesarles el cerebro con la lengua). Pero
esto no es todo, ya que sus caniches beben de la sopa y se convierten
en unas drag-queens (uno de los cuales es un joven Jonathan Rhys
Meyers, el Enrique VIII televisivo; otro que empezó haciendo
mierda). ¡Unas drag-queens! Menuda ida de olla. Es lo que me faltaba
por ver.
La película es muy
mala y muy bizarra. La historia no hay por donde cogerla, de hecho
parece que no haya historia, como si se dedicaran a improvisar
p'alante, a ver lo que sale. El único interés es que salen dos
actores míticos del género, Robert Englund (Freddy Kruegger), cuyo
personaje es bastante caricaturesco, y Doug Bradley (Pinhead), que
pasa de refilón, y luego las frases que suelta la lengua, que es
otro personaje más.
Vamos, hora y media que
jamás recuperaré.
Si ahora viera la peli
aquella del condón asesino, podría decir que ya he visto lo peor de
lo peor.
Esa peli hay que verla por la yegua con el vestido de látex ultrapegado al cuerpo
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