La acción de la novela se desarrolla en la Peverell Press, una editorial de 200 años de antigüedad establecida en una vieja mansión victoriana al lado del río Támesis. Al comienzo de la novela Sonia Clements, correctora de textos, es encontrada muerta en la sala de archivbs. Al parecer decidió suicidarse allí después de que Gerard Etienne, el nuevo presidente de la editorial desde hace unos pocos meses, decidiera prescidir de sus servicios.
La editorial no está pasando por su mejor momento y Gerard ha adoptado una serie de cambios bastante drásticos: despedir a parte de la plantilla, vender la mansión y trasladar la editorial a un edificio del centro y rechazar la última novela de Esmé Carling, una escritora de novelas policiacas algo mediocre que llevan publicando desde hace muchos años.
Semanas después, es Gerard Etienne quien aparece muerto en la sala de archivos, desnudo de cintura para arriba y con una serpiente de mentir alrededor del cuello y la cabeza incrustada en su gargante. El comandante Adam Dalgliesh, de Scotland Yard, investigará el caso, junto a los inspectores Kate Miskin y Daniel Aaron.
P. D. James suele centrarse en la introspección de sus personajes, en qué piensan estos durante la investigación del crimen y cómo se comportan. Esto resulta interesante pero a veces también es una rémora, porque la novela se vuelve algo lenta. Es lo que pasa aquí. Le sobran bastantes páginas (lo ideal en una novela policiaca es que tenga menos de 500 páginas) y a veces es algo lenta, con tanta introspección. Hasta las últimas 100 páginas el ritmo no se acelera, y la identidad del asesino es toda una sorpresa. Pero al saber quién es y cuál es su motivación te das cuenta de que no todo es blanco o negro, y que es tanto asesino como víctima. Él mata hasta tres personas, pero lo que se hizo contra él fue igualmente terrible, y como se cuestiona uno de los personajes, hay dudas éticas sobre si arrestarlo o no. Es algo que te hace reflexionar al terminar la novela.
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