“Flores para Algernon” es
un clásico de la literatura del siglo XX. Se publicó inicialmente
como relato y fue galardonado en 1959 con el premio Hugo. Luego, en
1966 el autor lo convirtió en novela, ganando el premio Nébula de
ese año. Recuerdo que allá por el 2000 o así vi una película para
televisión protagonizada por Matthew Modine, y así es cómo llegué
a conocer la historia.
Charlie
Gordon es un hombre con un grave retraso mental. Su mente es el
equivalente a la de un niño pequeño. Charlie se somete a una
operación quirúrgica para hacerse más listo y tras la operación,
el doctor Strauss y el profesor Nemur, responsables de su
intervención, lo someten a distintas pruebas para evaluar su
agilidad mental. Charlie se siente frustrado, porque no nota ninguna
diferencia con su anterior estado, pero a medida que va
transcurriendo el tiempo, su ortografía y su vocabulario empiezan a
mejorar, pero la cosa no se queda ahí. Charlie va haciéndose cada
vez más inteligente, tanto que eso trae consecuencias negativas a su
vida. Sus compañeros de la panadería en la que trabaja, que siempre
se han reído a su costa, ahora se sienten incómodos en su presencia
y le rehúyen. Charlie consideraba al doctor Strauss y al profesor
Nemur las personas más inteligentes del mundo, pero ahora se ha
percatado de que no lo son tanto; su inteligencia supera con creces a
la de ellos y ningún experto en sus respectivos campos lo es
realmente. Nadie puede hacerle sombra y eso lo frustra y lo hace
sentirse solo, añorando la época en que era tonto pero feliz.
El
libro me ha gustado y me ha emocionado. Está escrito en forma de
diario, y resulta muy interesante ver cómo se refleja la evolución
de Charlie (pasa de escribir fatal, con un montón de faltas de
ortografía, a utilizar un léxico claramente superior a la media y
muy enriquecido). A medida que se hace inteligente Charlie va
accediendo a recuerdos de su vida que creía olvidados, y así,
mediante flashbacks somos testigos de la dura infancia que tuvo, con
una madre que le pegaba cada dos por tres, obsesionada con hallar una
cura para el retraso de su hijo, y una hermana que básicamente le
odiaba y le hacía la vida imposible.
Es
imposible no sentir lástima por Charlie, cuando al hacerse listo se
da cuenta de que los que creía sus amigos en realidad se reían a su
costa (la ignorancia es la felicidad) y el final es muy emotivo y
triste. Si no acabas llorando es que estás muerto por dentro. Sin
duda es un libro maravilloso, corto y que se lee fácil. Coincido en
que es uno de los mejores libros del siglo XX y que bien mereció los
premios con los que fue galardonado. Altamente recomendable.
Apúntatelo.
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