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martes, 30 de abril de 2013

Viejos amigos. Capítulo 10

10. Israel

Charles Xavier iba en un destartalado autobús que lo llevaba a Haifa (Israel). Allí Daniel Shomron dirigía un centro para judíos con problemas mentales y físicos a raíz del Holocausto, y Charles iba allí para echarle una mano.
Conoció a Daniel en un campamento M.A.S.H., mientras se recuperaba de sus heridas de guerra. Aunque en realidad sus heridas no fueron causadas por la propia guerra, sino por su hermanastro, Caín.
El padre de Charles era científico molecular. Un día hubo un accidente en su laboratorio y murió. Su socio, Kurt Marko, se casó con su madre, pero no por amor, sino por su inmensa fortuna. Kurt pagaba sus frustraciones con su hijo Caín y este con Charles, al que odiaba profundamente por ser más inteligente que él. Además no contribuyó a su relación que Kurt se llevara muy bien con Charles ni que Caín descubriera en varias ocasiones a Charles entrando en su mente. Aquello aumentó más el odio que sentía por él.
Cuando Charles fue reclutado para la guerra, ambos coincidieron en la misma unidad. Una noche, Caín desertó y Charles lo siguió hasta una cueva. Salvo que no era una cueva, sino uno de los nueve Templos de Cyttorak. El Templo albergaba grandes tesoros, pero Caín se fijó en una enorme gema que había sobre un pedestal. Cuando la tocó, la gema cambió su cuerpo, otorgándole una fuerza descomunal y convirtiéndolo en un ser incapaz de ser detenido. El Templo empezó a derrumbarse, sepultándolo. Xavier consiguió salir, malherido, creyendo que su hermanastro había muerto.
En cierto modo fue así. Porque aquel día, nació Juggernaut.
Desde entonces su hermanastro usó sus nuevos poderes para intentar acabar con él. Charles lo sentía mucho, porque siempre quiso que se llevaran bien, y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Bueno, sí, podía obligarle a que dejara de odiarle, pero Charles no quería hacerlo. No le gustaba manipular a la gente si no era estrictamente necesario, y con Caín no pensaba hacerlo. Aquel cambio tendría que provenir de él. Quizás algún día acabarían por llevarse bien.


Charles se bajó en la parada y tardó unos diez minutos en llegar caminando al hospital. Este era un edificio bastante deteriorado. Tenía muchas grietas y la pintura blanca había desaparecido casi por completo. Parecía que le hubiera caído una bomba encima.
Charles entró y paró a una enfermera que pasó por su lado.
-Disculpe, ¿dónde puedo encontrar al doctor Shomron?
-Está en su despacho, al final de este pasillo.
-Muchas gracias.
Se encaminó al despacho de su amigo y entonces escuchó que lo llamaban por megafonía. Iba a llamar a la puerta cuando esta se abrió de golpe y se encontró de frente con Daniel. Su amigo lo miró, sorprendido.
-¿Charles?¿Charles Xavier?
-Hola, Daniel.
Los dos se abrazaron efusivamente.
-Me gustaría pararme a charlar, pero tengo que ir a la enfermería urgentemente. Ven, acompáñame.
-¿Qué ocurre?
-Aún no lo sé, pero mucho me temo que se trate de nuevo de Isaac. Es un niño de 13 años que estuvo en Auschwitz seis meses. Cada vez que alguno de nosotros se acerca a él, se vuelve como loco y empieza a patalear y a chillar. Lleva aquí tres años y aún no sé cómo ayudarle.
Entraron en la enfermería y efectivamente Isaac estaba dificultando la labor de las enfermeras. Había tres tratando de calmarle y otra intentando pincharle con una aguja. El niño gritaba y se revolvía, impidiendo que se acercaran a él.
-Son los uniformes-dijo Charles.
-¿Qué?-preguntó Daniel.
-Los que le torturaron en Auschwitz llevaban batas blancas y uniformes de enfermera. Por eso se vuelve loco cada vez que alguien se le acerca vestido de esa manera.
-Está bien-dijo Daniel dirigiéndose a las enfermeras-Déjennos solos, por favor. Hay más pacientes que necesitan de sus cuidados. Nosotros nos ocuparemos de Isaac. Gracias.
Cuando se fueron, Daniel se quitó la bata y la arrojó al suelo. Al instante Isaac pareció relajarse y empezó a respirar con normalidad.
Daniel se volvió hacia Charles, sonriendo, sin acabar de creérselo.
-Es increíble. Has hecho más en este minuto que nosotros en tres años. ¿No te interesaría trabajar aquí, verdad?
-Lo cierto es que vine por eso.
-Me alegro mucho de que me digas eso, Charles, pero tienes que saber que no puedo pagarte. Este hospital subsiste a duras penas. Todos los que trabajamos aquí somos voluntarios. Lo único que he conseguido del gobierno israelí son las medicinas y sábanas limpias.
-Sabes que el dinero no me importa, Daniel. He venido a ayudar.
Con la inmensa fortuna que heredó de su madre, podía trabajar gratis el resto de su vida.
-Entonces te doy la bienvenida-dijo Daniel estrechándole la mano-Quizás con tu don puedas ayudar a los pacientes que nosotros no hemos podido.
-Espero que así sea, Daniel.

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