Buscar este blog

jueves, 6 de junio de 2013

Viejos amigos. Capítulo 34


34. El mapa

Charles le puso a Gabrielle un peso de un kilo en cada tobillo y le dijo que empezara a levantarlos. Aquel fue uno de los peores ejercicios que Charles le había impuesto. En vez de un kilo parecía que tenía veinte en cada tobillo, y levantarlos unas pocas veces le resultó agotador.
Después de diez minutos Charles le quitó los pesos, le masajeó las piernas y luego se las metió en agua caliente con sal.
-Vaya, esto sí que es toda una recompensa. No sabía que pudiera ser tan relajante.
-Son pequeños trucos que he aprendido de Daniel. Oye, Gabrielle...
-¿Por qué no me llamas Gabby? Me gusta más que Gabrielle. Suena mejor. Mis padres me llamaban así.
Cuidado, Charles, se dijo, estás pisando terreno resbaladizo.
-Está bien. Gabby, entonces. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
-¿Es del tipo cuál es mi color favorito o más personal aún?
-Es sobre el tatuaje de tu espalda.
-Oh, entiendo. Claro, no hay problema. Creo que ya sabes lo que significa.
-Sí, pero, ¿sabes quién te lo hizo?
Gabrielle bajó la vista y su cara perdió todo el color.
-Lo siento. Es evidente que te resulta difícil hablar de ello. Olvida que te lo he preguntado, ¿de acuerdo? No sé por qué he abierto la boca.
-No, da igual. Tu intención era buena. Se llamaba Strucker. El Barón Wolfgang Von Strucker. Tenía una especie de comando al que llamaban Hydra.
-¿Cómo el monstruo mitológico?
-Sí. Él y su comando estaban a cargo de los experimentos con los presos. Aunque debería decir torturas. Hacía experimentos sobre cuánto tardaban en morir los que aspiraban el gas nervioso que él mismo preparaba. A otros les cortaba un miembro y anotaba cuánto tardaban en desmayarse y morir... Cosas de ese tipo.
-¿Por qué te tatuó el mapa?
-Pues porque no era estúpido. Hitler empezaba a perder batallas y Strucker quería tener un cojín donde caer cuando acabara la guerra. No quería pasar el resto de sus días en una celda de dos por dos. Sabía dónde estaba el oro de Hitler, pero como no quería compartirlo, hizo que me tatuaran el mapa. Por aquel entonces yo ya estaba catatónica y sólo era un objeto más.
-¿Y qué fue de él?
-Jamás lo han cogido y sé que está ahí fuera, buscándome. Sólo Dios sabe qué pasará el día que me encuentre.
Charles la cogió de la barbilla, suavemente, y la obligó a mirarle.
-Escúchame bien, Gabrielle, aquí estás a salvo, y ningún nazi loco llegará nunca a estar a menos de cien kilómetros de ti. Yo no lo permitiré y Eric tampoco. Puedes estar segura de ello, jamás darán contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario